sábado, 23 de abril de 2022

Lacan y sus intervenciones

Entre muchas otras citas que se pueden extraer, tomando lo dicho por E. Jabif (2000) sobre Lacan: "los pacientes circulaban por ellas según un rito cercano al procedimiento del pase; la jerarquía de los lugares recordaba el principio del laberinto iniciático. Cada paciente encontraba allí un asilo. Unos podían aislarse varias horas o reunirse en comunidad. En las horas de afluencia, la sesión duraba unos minutos; en horas vacías, se acercaba a los diez minutos.

Con esta organización del tiempo y del espacio, Lacan había acabado por abolir las fronteras entre su vida y su tarea profesional. A pesar de su prodigiosa memoria, olvidaba al cabo de los años quién estaba con él en análisis o en control, quién venía a traerle nudos o matemas, quién quería simplemente conocerlo."

Mientras Houda Aumont menciona:
"yo mantenía la ficción del análisis. Hubo entonces sesiones en que Lacan me detenía desde la primera frase. Yo empezaba: ‘Tendría que decirle que...’, y él suspendía la sesión en ese ‘que’, diciendo; ‘Es eso exactamente...’. Empecé a llorar a la salida de cada sesión. Quería dar un sentido a ese ‘que’ y me persuadía de que Lacan quería interpretar mi relación con la castración y con el duelo. Para consolarme, me precipitaba sobre los chocolates; engordé nueve kilos en nueve meses. Seguía yendo a mis sesiones sin hablar y en un clima de locura generalizada. Lacan hacía venir a sus pacientes todos los días y a algunos los echaba violentamente. A veces entraba en iras espantosas y daba puñetazos. Un día, Lacan no soportó más mi silencio. Mientras yo estaba tendida, se precipitó sobre mí con su máscara de ira y me tiró de los pelos: ‘¡Va usted a hablar!’, dijo. Esa misma noche me llamó para disculparse. Cuando relaté la historia en mi pequeño medio de psicoanalistas, me hicieron comprender que era una interpretación: ‘Lacan te dio un tirón de esas greñas (ces tifs, en francés): ¡Sétif, es el nombre del lugar donde naciste!’. Había en eso un verdadero delirio del significante, una especie de beatificación de su acto. Puse fin a mi análisis unos meses antes de la muerte de Lacan. Años más tarde tuve que volver a análisis y fue allí donde pude plantear la cuestión del fin del análisis. Acepté abrir mi oído al análisis, reinventar mi propia práctica, fuera de todo mimetismo; abandoné por ejemplo la práctica de las sesiones cortas.”

Y claro, Lacan es un ser perfectamente sabio siempre y no entiendes remítete a juegos rebuscados del "significante" por muy hilarante que sean para justificar un abuso, pues si me pidió disculpas, en realidad, estaba en la rima de palabras, todo lo que sea para ajustar justificaciones a su rol clínico abusivo.

Sigo con Aumont: "En otoño de 1978 las cosas cambiaron. En octubre, me enteré bruscamente de que mi padre acababa de morir. Llegué trastornada a mi sesión y dije: ‘Mi padre ha muerto’. Lacan se quedó silencioso, de mármol. Eso, por supuesto, podía ser una interpretación, pero tuve la impresión de que no me oía, que ni siquiera comprendía lo que yo decía, que no estaba allí. Sin esperar el final de la sesión, me levanté y me fui."

Esto está plasmado en Lacan en lo que refiere la posición del analista como cadaver, puesto como un muerto.
Para Lacan (1956) la Dirección de la Cura es donde "el analista interviene concretamente en la dialéctica del análisis haciéndose el muerto, cadaverizando su posición, como dicen los chinos, ya sea por su silencio allí donde es el Otro [Autre], con una A mayúscula, ya sea anulando su propia resistencia allí donde es el otro [autre], con una a minúscula. En los dos casos, y bajo las incidencias respectivas de lo simbólico y de lo imaginario, presentifica la muerte. Pero además conviene que reconozca, y por lo tanto distinga, su acción en uno y otro de esos dos registros para saber por qué interviene, en qué instante se ofrece la ocasión y cómo actuar sobre ello" (p.405).
Ampliando su relación con la muerte, Lacan (marzo, 1961) en su Seminario 8, define que esto “nos permite, al menos, concebir que algo de esto sea posible, y que efectivamente pueda haber alguna relación del analista con Hades, la muerte, como lo ha escrito en el primer número de nuestra revista una de mis alumnas, con la más bella altura de tono. ¿Juega él o no con la muerte? Por otra parte, yo mismo he escrito que, en esa partida que es el análisis, y que seguramente no es estructurable únicamente en términos de partida entre dos, el analista juega con un muerto. Volvemos a encontrar ahí ese rasgo de la exigencia común, que debe haber en ese pequeño otro que está en él algo que sea capaz de jugar el muerto”.

Claude Halmos, que siguió con Lacan un análisis de control entre 1974 y 1979: “Al final de 1978, me di cuenta de que Lacan estaba menos presente en el control. Era incapaz de darme cuenta de la realidad de su estado y por eso me puse a pensar que su mutismo y el acortamiento de las sesiones eran interpretaciones: una manera de significarme que mi práctica no era buena. Me atribuí todas las culpas. Pero mi analista me hizo una interpretación que me ayudó: ‘Hay Lacan, pero el Lacan de su transferencia no es lo mismo".

Tengo muchísimas más citas y ejemplos clínicos de otros autores que fueron desarrolladas en mi Libro "El regreso a Freud tras el extravío de Lacan" y en un capítulo del libro el "El estilo de Jacques Lacan"

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