Aquí está lo que he encontrado. En la mano derecha tengo la pluma, con la izquierda juego con la cadena del reloj. La mirada está dirigida a la pared de enfrente, a un aguafuerte holandés que reproduce el cuadro de Rembrandt de la Circuncisión de Jesús. Los pies descansan sobre el suelo, pero el pie derecho sigue con el tacón el ritmo de una marcha que toca, abajo, la orquesta del balneario. A la vez oigo el chillido de una lechuza, la bocina de un coche y el paso del tranvía. No percibo ningún olor determinado, pero me doy cuenta de que el orificio derecho de mi nariz está un poco obstruido. Siento que me pica en la región de la espinilla de la pierna derecha y soy consciente de que tengo un grano rojo y redondo en el labio superior, a la derecha, más o menos a medio centímetro de la comisura de los labios. Estoy inquieto, y las puntas de los dedos están frías.
Permítame, querida amiga, que comience por el fin. Las puntas de los dedos están frías; esto dificulta la tarea de escribir, lo cual quiere decir: “Ten cuidado, no sea que escribas tonterías”. Y análogamente acontece con la inquietud. Robustece el requerimiento a proceder con cuidado. Mi Ello es de la opinión que debería ocuparme de otra cosa diferente de escribir. Lo que esto es, no lo sé aún. Por de pronto, tengo la impresión de que en el constreñimiento de los capilares de la punta de los dedos y en la intranquilidad se expresa el sentimiento: tu lectora no va a entender lo que tú le quieres decir. Tendrías que haberla preparado mejor, más metódicamente. Y, sin embargo…, ¡me atrevo a dar el salto!
El que yo juegue con la cadena del reloj le hará sonreír a usted. Usted conoce esta costumbre; a menudo me ha tomado el pelo por ello, pero jamás ha sabido lo que quiere decir.
(...)
Mi mano izquierda le delata a usted que yo encuentro más placer en los preludios que proceden a la unión de hombre y mujer, en los besos, las caricias, en el desnudar, jugar, en una sensación de placer vivida para mí secretamente, en cosas que satisfacen especialmente al muchacho. Y usted sabe ya hace mucho tiempo que soy un muchacho, al menos por el lado izquierdo, que es el lado del amor, donde está el corazón. Lo que es de izquierdas es amor, lo que es de izquierdas está prohibido, es censurado por los mayores: no es lo derecho, es lo torcido. Y aquí tiene usted un punto más que contribuye a explicar la inquietud de que soy presa, el frío de la punta de los dedos. La mano derecha, la mano del trabajo, de la autoridad, del bien y del derecho se ha detenido en su actividad de escribir con seriedad y amenaza a la infantil mano izquierda, a la juguetona, y de derecha a izquierda vienen alteraciones e intranquilidad que desequilibran el centro de mando de la irrigación sanguínea y hacen que los dedos se hielen.
“Pero -la voz del Ello tranquiliza a la derecha, remolona, que representa mi madurez- no te ocupes del niño; como ves, juega con la cadena, no con el reloj”. De esta manera quiere decir la voz que el reloj significa el corazón, como en la balada del león. Esta voz encuentra malo el jugar con los corazones. A pesar de sus consuelos yo me siento realmente mal, e inmediatamente me relata también el Ello de la mano derecha cuán desechable es el proceder de la izquierda.
“Sólo hace falta que juegue un poco más con la cadena. La consecuencia será que el reloj se va a desprender, va a caer, y un corazón quedará destrozado”.
El Libro del Ello, Cap. 16 (Groddeck, 1923)
Extraída las partes en la página: http://www.indepsi.cl/ferenczi/vinculaciones/groddeck/libros/cap16-ello.htm
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