Sobre las bombas y sus efectos en la evacuación, Winnicott (1940) detalla la vivencia de los padres: "Nadie sugeriría que dar a luz y criar un niño es todo dulzura, pero la mayoría de la gente no espera que la vida carezca de toda amargura; sólo piden que la parte amarga sea la que ellos mismos han elegido.
A la madre urbana se le pide, se le aconseja e incluso se la presiona para que renuncie a sus hijos. A menudo se siente casi atropellada, pues no puede comprender que la dureza de la exigencia surge de una realidad: el peligro de las bombas. Una madre puede mostrarse sorprendentemente sensible a la crítica; el sentimiento de culpa latente, relativo a la posesión de hijos (o de cualquier cosa valiosa), es tan poderoso que la idea de la evacuación tiende en primer lugar a hacerla sentir insegura y dispuesta a hacer cualquier cosa que se le indique, sin tener en cuenta sus propios sentimientos. Uno puede imaginársela diciendo: "Sí, por supuesto, llévenselos, yo nunca fui digna de ellos; los bombardeos no son el único peligro, yo misma no puedo proporcionarles el hogar que deberían tener". Por supuesto no siente esto conscientemente, sólo se siente confusa o aturdida.
Por ésta, y por otras razones, el sometimiento inicial frente al proyecto no puede ser duradero. Eventualmente las madres se recuperan del choque, y entonces se necesita un largo proceso para que el sometimiento se transforme en cooperación. A medida que pasa el tiempo la fantasía cambia, y lo real se torna gradualmente claro y definido.
Si uno intenta colocarse en el lugar de la madre, se plantea de inmediato esta pregunta: ¿por qué, en realidad, se aleja a los niños del riesgo de los ataques aéreos a un precio tan alto y causando tantas dificultades? ¿Por qué se pide a los padres que hagan semejante sacrificio? Hay varias respuestas:
O bien los padres mismos realmente desean alejar a sus hijos del peligro, cualesquiera sean sus propios sentimientos, de modo que las autoridades sólo actúan en nombre de los padres, o bien el estado atribuye más valor al futuro que al presente, y ha decidido hacerse cargo del cuidado y el maneo de los niños, sin tener para nada en cuenta los sentimientos, deseos y necesidades de los padres."
Como ya mencioné en una publicación anterior sobre un informe conjunto de Winnicott y Bowlby (1939) para Médicos Británicos, aclaran en sus investigaciones que "Si bien un niño de cualquier edad puede sentirse triste o perturbado por tener que abandonar su hogar, lo que aquí queremos señalar es que en el caso de un niño pequeño tal experiencia puede implicar mucho más que la tristeza manifiesta. De hecho, puede equivaler a un "apagón" [blackout] emocional y dar origen fácilmente a una grave alteración del desarrollo de la personalidad, capaz de perdurar toda la vida. (Los huérfanos y los niños sin hogar constituyen una tragedia desde el vamos (...)
personas que trabajan en guarderías y hogares para niños, quienes mencionan de qué extraordinaria manera los niños pequeños se acostumbran a una persona desconocida para ellos y parecen muy felices, en tanto que los que tienen unos años más muestran a menudo signos de desazón. Aunque esto sea cierto, en nuestra opinión esa felicidad puede muy bien resultar engañosa. Pese a ella, los niños con frecuencia no reconocen a su madre al regresar al hogar. Cuando esto sucede, se comprueba que han sufrido un daño radical y que el carácter del niño quedó seriamente distorsionado. La capacidad de experimentar y expresar tristeza marca una etapa en el desarrollo de la personalidad de un niño y de su capacidad para las relaciones sociales."
Finalizando la II Guerra Mundial, Winnicott (1945) redacta sobre los efectos traumáticos de las bombas en niños:
"El niño permaneció francamente ansioso con respecto a su hogar y a sus padres, y sin duda tenía buenos motivos para estarlo, ya que el peligro para el hogar era real y bien conocido, y a medida que las historias de bombardeos comenzaron a circular, los motivos de preocupación aumentaron. Los niños procedentes de áreas bombardeadas no se conducían exactamente igual que los de la localidad, ni intervenían en todos los juegos; tendían a mantenerse aparte, a vivir de las cartas y los paquetes que llegaban del hogar, y de las visitas ocasionales (...)
se negaban a comer, y estaban taciturnos casi todo el tiempo, soñando con volver a su hogar y compartir los peligros de sus padres, en lugar de disfrutar de los beneficios de la vida en el campo (...)
De pronto, en tierra desconocida, se encuentra sin el apoyo de ningún sentimiento intenso, y eso lo aterroriza.
No sabe que se recuperará si puede esperar. Quizás haya algún osito, una muñeca o alguna ropa rescatada del hogar, hacia el cual pueda seguir experimentando algunos sentimientos, y entonces ese objeto adquiere tremenda importancia para él. (...)
como custodios de los niños, debieron hacer frente a toda clase de síntomas de esa angustia, incluyendo algunos muy conocidos como mojarse en la cama, dolores y malestares de uno u otro tipo, irritaciones de la piel, hábitos desagradables, incluso el de golpearse la cabeza, cualquier cosa que permitiera al niño recuperar su sentido de la realidad. Si uno reconoce la angustia que subyace a esos síntomas, puede comprender cuan inútil resulta castigar a un niño por ellos; siempre es mejor ayudarlo demostrándole amor y una comprensión imaginativa".
Si desean explorar más el Trauma de la Guerra en niños y bombarderos pueden consultar lo que resumí en las Guarderías de niños huérfanos en Anna Freud.
Ahora pasando a la Bomba Nuclear (Bomba H o de Hidrógeno). Winnicott otorga la voz primera a los jóvenes en vistas a sus futuros.
En 1966 Winnicott señaló que "Cabe agregar que la amenaza de la bomba atómica ha tenido por efecto fortalecer el recurrente sentimiento del adolescente de que tal vez no vale la pena intentar nada:
- "Yo trataría de crear un mundo pacífico para la próxima generación."
-"Yo me libraría de la bomba y viviría una vida tranquila."
-"Yo renunciaría a muchas cosas con tal de saber que si tienes un hijo, morirá de muerte natural y no por la bomba atómica."
Posteriormente, un año después, Winnicott (1967), reflexiona que "Son los seres humanos los que tienen la posibilidad de destruir el mundo. Si lo hacen, tal vez muramos en la última explosión atómica sabiendo que todo fue a causa, no de la salud, sino del miedo; que fue parte del fracaso de la gente sana y de la sociedad sana en hacerse cargo de sus miembros enfermos."
En el contexto de la Crisis de los misiles entre USA y la URSS desde Cuba, Winnicott (1963) nos remite que "La bomba atómica afecta la relación entre la sociedad adulta y la marea de adolescentes que parece entrar permanentemente en ella. La nueva bomba no es tanto el símbolo de un episodio maníaco, de un momento de incontinencia infantil expresado mediante una fantasía hecha realidad: el furor convertido en destrucción efectiva.
La pólvora ya simbolizó todo esto, así como los aspectos más profundos de la locura, y hace ya mucho tiempo que el mundo fue alterado por la invención de ese polvo que transformaba la magia en realidad. La consecuencia más trascendental de la amenaza de una guerra nuclear es que de hecho significa que no habrá otra guerra. Se argüirá que en cualquier momento podría estallar un conflicto en algún lugar del mundo, pero, a causa de la nueva bomba, sabemos que ya no podremos resolver un problema social organizándonos para librar una nueva guerra. Por consiguiente, ya no hay nada que justifique impartir una severa disciplina militar o naval. No podemos proporcionarla a nuestros jóvenes, ni justificar su inculcación en nuestros niños, a menos que apelemos a una parte de nuestra personalidad que debemos llamar cruel o vengativa. Ya no tiene sentido tratar a nuestros adolescentes difíciles preparándolos para luchar por su patria."
La Crisis de los misiles nucleares afectó entre muchos también, especialmente, a Erich Fromm quien redactó su Libro el "Corazón del Hombre" (menciono aquel libro pues fue MI PRIMER libro de Psicoanálisis que leí). Erich Fromm 10 años después, profundiza lo desarrollado en dicho libro y extiende su investigación en su obra "Anatomía de la destructividad humana".